Archivo | junio, 2014

Pasos de campo a ciudad

26 Jun

Hemos acostumbrado, en la familia, a dar paseos por el campo y la ciudad, a ver lo que hay, sin objetivo de cumbre o recorrido, sin tiempo, o mejor dicho hasta donde nos den los minutos u horas de que disponíamos. Lo importante no era llegar, sino ver lo que nos encontrábamos, conocerlo y contemplarlo.

Así hemos degustado el paisaje, la estación, la flora y la fauna, esta última, que de día no se deja ver, salvo pájaros, mariposas y algunos insectos, muestra, sin embargo, rastros, pisadas, excrementos, bañeras, pelos o cadáveres, porque teme acabar en el zurrón de una cazuela o un taxidermista. La principal fauna con que nos hemos encontrado ha sido la humana, que en su mayor parte, tiene la fea costumbre de dormir de noche, la más de las veces huidiza y hostil como verdaderos ejemplares dominados por el miedo; menos veces encuentros cálidos que nos reconcilian con el ejemplar ovejuno, en algunos casos caprino, que llevamos dentro del pellejo.

Empiezo esta serie de relatos breves, de uno o dos folios, con uno hecho hace más de cuarenta años, cuando era joven, y ya veremos cuando acaba, quizás cuando las fuerzas o la cabeza no me permitan ni sostener la cachaba.

Viento castellano (verano  1973)

Cuando el viento castellano riza las espaldas de las hojas, toda la vida se trastorna. Los trigos en leche se merman, piel apenas blancuzca al despanzurrar sus granos; las cebadas ocultan su espiga, las avenas agitan sus campanillas como locas. Voltearse de ramas con bordes requemados, pasiones de tiempos lejanos.

Estos días cada persona es un extraño: padres que exasperan a mandatos, agotada su paciencia en lucha con la reseca; vecinas revientan en tarascadas, hundidas en ojeras y jaquecas; renacen antiguos rencores. Un perro sale a recibir al coche. Abrir la puerta y sale el negro en tromba.

Olisqueos, gruñidos y agudos gemidos, banderas alzadas de ejércitos que se acechan.  Por esta vez se interrumpe el combate a una voz.

El camino discurre entre dos cadenas de rocas. Pequeño valle, increíble resultado del riachuelo que discurre al lado. La vegetación, densa, apenas deja ver las tierras blancas, calizas, estériles. Las alambradas interrumpen nuestro a camino a cada paso. Silencio de pájaros inciertos, esquilas silenciosas, cuervos acechantes. Vista fija en las piedras salientes, tropezones en cada contemplación del paisaje, sobresalto de una sombra que repta en la penumbra de las piedras vueltas. El sudor se seca apenas brota, impreceptible roce de sal en los labios.

Aparece el pueblito. Una trilladora dispuesta a seguir hartando al pajar, varios pabellones de uralita, campos negros rodeándolo todo. Apenas tres edificios: una iglesia de sillarejo, alta, desproporcionada, interpuesta entre dos casas quemadas, que ardieron el mismo día. Un cachorro de cola enarbolada y varios perrillos rodean a nuestra fiera: comedia, desfile, al que ya no estamos atentos. Algunos trabajadores tocados de gorras sureñas nos saludan y se vuelven al patio. Un conocido, Manolo, suele bajar en la mula para abastecer de pan y demás a toda la cuadrilla, conduce el tractor. Le saludamos, nos sonríe, pero no llega a conocernos tras los culos de vaso de sus gafas.

La iglesia está abierta, bien cuidada, completamente desnuda. Cada pieda recogida con cemento, techumbre sana, tarima de roble entera. Tosca, pero digna. No hay retablos, ni santos, ni pinturas. Tan sólo un altar, hecho de piedras iguales a las paredes, sostiene un único objeto: la parte superior de una calavera.

Los diente son grandes, completos y brillantes. Un jóven. El parietal derecho hundido. Un culatazo. Un agujero redondo en el frontal izquierdo. Un balazo de gracia.

Cuando la guerra pasearon a bastantes presos de Vitoria por estos montes. A tu tío lo sacó de la cárcel un requeté, chofer que despidió tu abuelo. Pobre Inés, se murió de pena.

Han dejado, con respeto, sobre el altar, lo único que queda de santo en esta iglesia.

Más viento caliente y calima que empaña el azul. El castellano, cuando persiste, trae tras de sí tormentas. Pobres parvas.

nubarrónpeq   Creative Commons License Este trabajo está bajo licencia de Creative Commons Attribution-ShareAlike 2.5 Generic License.