Ya en la anterior entrega quedó clara mi fe en Dios y mi adhesión personal a Jesucristo. También señale que yo y mi familia, respetando la libertad de cada cual, que en esto de la fe es esencial, participamos de la iglesia católica de nuestro barrio.
Pero eso no quiere decir que no veamos los defectos de la iglesia católica, sino que los vemos y nos duelen, sobre todo la falta de acogida y de apertura a los problemas que vive la gente de a pie, la exclusión de las mujeres de los puestos de responsabilidad y otras muchas cuestiones.
Le duele las iglesias que dicen que creen en Jesús,
porque han transformado las virtudes en moldes fijos,
han peleado por interés propio, apoyando a impostores.
No le duele que defiendan el derecho a la vida,
sino que no comprendan los términos: muerte digna.
Le duele que se sientan atacadas cuando merman sus privilegios,
y se declaren enemigas de los que enderezan comportamientos insensatos.
Le duele profundamente en sus disminuidas entrañas,
que prohiban querer con pasión a otro ser humano,
y que el amor quede así castrado y el ser mutilado.
No le duele que defiendan la fidelidad al que amas
ni que contengan gozosamente el desparrame
del deseo desbocado que aburre y atenaza.
Le duele que no amen con locura al Amado del alma,
y se entreguen a flirteos con el dinero y el poder,
y se acaben poniendo a si mismas como norma de la fe.
Le turra con picor insoportable las soflamas
de los doctores de losas y congregaciones canónicas,
que nunca se moverán, presos de baldaquinos hidraúlicos,
ya que se están esfumando en el corazón de los jóvenes.
La diócesis cumple 150 años
Confesamos que ante ataques de personas liberales,
respondimos con: El liberalismo es pecado
y exhortamos a levantarse en armas
permitiendo que se mezclase
la religión de Jesús a intereses personales
haciendo como eslogan de guerra:
Dios, rey y fueros.
Celebramos el sufrimiento y el amor
de tantas mujeres sencillas
que sufrieron despojos y abusos de la guerra
y conservaron la fe ejerciendo la compasión
y la caridad con el herido,
con los huérfanos que vieron arder sus casas,
sin dejarse arrastrar por clérigos exaltados.
Confesamos que en plena guerra civil
hubo párrocos que no se atrevieron
a respaldar a los jóvenes acusados,
que terminaron siendo llevados al paredón.
Celebramos al cura que dio la vida,
al cura exiliado y arrinconado
por visitar a los presos rojos
y llevarles el calor de mantas y familias.
Nos llena de vergüenza haber procesionado
al dictador bajo palio
cada vez que visitaba las obras
de la nueva catedral faraónica.
Agradecemos por los que dieron cobijo
a las organizaciones obreras balbucientes,
que sin ser oficialmente cristianas,
luchaban por un mundo más justo.
Nos sonrojamos por las misiones vacías
repletas de regodeo en los números
de asistencia sacramental forzada
por la conveniencia de poder autócrata.
Respiramos aliviados los nuevos aires litúrgicos
que dejaron que se colara la vida
de los últimos, por las rendijas de los ritos,
hasta entonces oculta en las faldas de las sotanas.
Ocultaríamos, si pudiéramos,
la complacencia de los mercaderes
por el lujo de los altares,
de los brocados y las tumbas.
Resaltaríamos la misericordia
de muchas gentes que compartieron
el pan negro, el tocino y el carbón,
con la viuda pobre y el huérfano inerme.
Rechazamos el orgullo cristiano,
la añoranza de la vieja cristiandad,
la desconfianza hacia los distintos, y
la criminalización de las mujeres.
Aceptamos las personas de mente abierta,
que procuraron abrir los templos
a un mundo plural, más libre
más justo, más fraterno y compartido.
Nos resuenan fatal las luchas intestinas
de grupos eclesiales enfrentados,
los intereses inconfesables,
los santos hechos con dinero.
Son música celestial
la convivencia y el perdón fraternos
de las comunidades seguidoras de Jesús,
que buscan hacer realidad el Reino.
Confesamos con pesar el intento
de encerrar a la Iglesia en una estructura
controlada, domesticada y embalsamada,
para estar seguros y controlar al Espíritu.
Celebramos con alegría
la construcción que no ha cesado
de la Iglesia de piedras vivas
que siguen a Jesús en su vida diaria.
Confesamos 150 años de dominación
y celebramos 150 años de amor.
Perdónanos , Padre de Jesús,
y ayúdanos a mirarle crucificado.
Lo importante no es la Iglesia
sino los sufrimientos de los seres humanos
en estos siglos de crisis.
Hasta aquí han llegado mis cuadros, pero quedan muchas más de mis palabras. También hay otras imágenes: las fotos. Desde joven me aficioné. Poco a poco iré poniendo fotos de estos últimos 40 años. Ellas acompañarán ahora a la poesía.
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