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Cortezas de árboles

30 Sep

Los bosques rodean el municipio de Maeztu. Hayas, robles, encinas, arces, pinos, acebos, maguillos… En las riberas: sauces, mimbreras, álamos, alisos, tilos…

Las plantaciones son escasas. Sorprende las especies de árboles y arbustos mezcladas unas con otras, con una diversidad de flora y fauna muy grande.

En las rocas azules
te quedas,
en los pinares pendientes
te enredas,
en los prados alegres
te alejas
en los caminos ocultos,
te pierdes.

 

En esta serena tarde de sol
se difumina
tu figura clara
y en una suave luz
te quedas fija
en mis retinas.

 

Me he acercado a los árboles y algunas cortezas me han seducido. He compuesto unos pocos cuadritos, con manchas que las imitan. Ahí os la presento para ver si os pasa lo que me ha pasado a mi.

Al principio no me dicen nada, pero pronto empiezan a hacer trabajar a mi imaginación. Un ojo aquí, una cabeza allá, se acaban armando historias de personajes y fantasmas.

 

Los guayacanes lanzaban sus alaridos
y las palmas reales con el cargado racimo
cielo azul y plata
miraban nuestra excursión
y preguntaban por ti.

 

Una línea de alcatraces se acercaba ondulante,
llegó a nuestra altura
y, al ver que no estabas,
suavemente se desvió.

 

Las gaviotas tomaban el sol en una isla de la playa,
retrocedían ante el aguaje
y una a una se iban hacia el pesquero
de la nube de pájaros
y luego, de repente, han alzado todas el vuelo.
 
En la brisa vespertina el sol nos acariciaba,
las olas se sentían tibias.
He roto la línea del mar plantando semillas de mangle
para que se elevaran al cielo como un grupo de quejas
porque en esta maravillosa tarde faltabas tú
para que la armonía hubiese sido perfecta.

Cansada el agua de su canto en las rocas
a punto de quebrarse el fino hilo de plata
se ven por doquier gigantescas plumas giratorias,
haciendo lodos antes de que las grietas nazcan.
 
Engulló el tanque las pacientes muchedumbres,
por extraño caracol ascendió el oro a los graneros,
cuajaron de adornos verdes los frutales,
se oye cantar tranquilamente a las perdices.

 

Encaneció el aromático té de las rocas,
echó sus gotas de sangre la gayuba,
se volvieron pardos de ira los tomillos
y en los endrinos maduran negros los aranes.
 
Se está encendiendo, lentamente, muy lentamente
el vacilante verdor de los hayedos,
y en ti es más cruda cada día la nevada
y un cuchillo rojo, apenas verde, te socava.

 

Ahí están los grandes robles, desde antes que naciéramos y seguirán por muchos años después de que muramos. Quedarán con su cortejo de hiedras y de musgos, con los animales que viven a su amparo.


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