Relato resultado del curso de iniciación al relato impartido, en el último trimestre de 2013, por la profesora Lourdes Ilera.
Gracias a los compañeros y las compañeras asistentes por el buen ambiente, sensibilidad y creatividad.
AY CHABELA, CHABELA, CHABELA…
Ha llegado a la cola de revisión de pasaportes donde un cartel grita: CIUDADANOS EXTRACOMUNITARIOS . Después de larga espera un aduanero, bigotudo y cachazudo, lee su pasaporte: María Isabel Guamán Quishpe, 53 años, nacida en el Cisne, Guayaquil, Ecuador, visa de turista. Se da cuenta de que en el estado civil dice madre soltera y tres hijas, le mira y le parece muy mayor como para ser soltera. Llama a su jefa para que estudie el caso.
Mientras tanto fantasea, al aduanero le encanta hacerse una novela de las gentes que pasan por su garita, se monta la película: Medirá 1,50 aproximadamente y tendrá unos 80 kilos de peso, las andinas son amplias de tórax, tetonas y anchas de caderas. No es muy pobre, va bien vestida; ni muy rica, a las de posibles les encanta ostentar joyas. Llaman la atención su moño, no está precisamente a la moda; marcas de viruela en la cara, infancia difícil. No parece que ande muy bien, ese esqueleto ha trabajado, por la forma de caminar yo creo que tiene artritis.
La jefa pregunta si tiene marido, está soltera o se divorció.
– Chavela Guamán Quishpe para servirle, señora teniente. Soy abandonada con tres hijas y cuatro nietos.
La jefa:
– ¿Por dónde anda el hombre que la abandonó?
Chabela le contesta abiertamente:
– Le tengo que informar de que no fue sólo un hombre. He tenido muy mala suerte, y luego, con el primero yo era muy jovencita y, cuando estaba de enamorada, muy bien, y luego, cuando le dije que esperaba un bebé, se fue y no lo he vuelto a ver; y luego, del segundo me hice por necesidad, usted sabe lo que es la pobreza que no alcanza ni para el arroz, y luego siempre está bien un hombre que traiga las harinas a casa, y luego vino un día a decirme que se iba para los “Yunai”, donde un compadre, y luego ya no le vi más el pelo; Y luego, un vecino que estaba solo y me dio pena, pero no duró mucho, porque se me murió.
-La jefa se interesa: ¿Qué tal se lleva con los nietos?
– Mis nietos son unos demonios, y luego que una ya no tiene el coraje de joven, y luego que ya no tengo corazón para darles con el “fuete”, pero, angelitos que se comen hasta las piedras.
-Viene como turista ¿Qué piensa hacer en su tiempo libre?
– Disculpe pero no le entiendo muy bien con lo que me quiere decir con lo de “mi tiempo libre” ¿Será por lo que contaba mi papá que paso con la revolución liberal de mi general Alfaro? Y luego yo me levanto a las cinco y prendo el fogón, pongo el café y hago las tortillas y el maduro, para que cuando se levante mi hija esté todo listo. Y luego agarro mi tina con la ropa en remojo y me voy al estero; y luego viene la comida, y luego la barrida de la casa; y luego veo un ratito la novela de la tele. ¡Ah! Ahorita me doy cuenta: ese es mi “tiempo libre”.
– Todo en regla, que disfrute de su estancia entre nosotros.
INFORME 1: CLIENTE SAPO
Madrid a 22 de octubre. Desde la terraza de nuestro edificio se ve a la sujeta a inspección y a su entorno de la forma que se especifica: pequeña, iluminada por una bombilla de bajo consumo en una terracita, en la cuarta altura de una casa antigua donde vive en el ático de la izquierda, según se mira.
Está sentada en un banquito fumando, quizás pensando en que en su recinto ahora estaría terminando de almorzar, y que a la tarde le esperaría un buen trajín con el cacao. Junto a ella, una pared blanca con desconchados, a sus pies una maceta grande de barro cocido, sin recubrimiento alguno, en la maceta una planta de maíz ya en flor, con muchas hojas, pero sin ninguna panocha. En el plato de la maceta varios puchos de caliqueños.
A la derecha de la pared blanca, según miramos, dos ventanas y una puerta en medio de ellas. Las tres abiertas. A la derecha de la pared más elevada de la caja del ascensor, donde se encierra la maquinaria.
En la ventana de la izquierda se ve, en primer término la cebolla de una ducha que gotea, detrás la taza de un servicio sin tapa, con el tubo que desciende par la pared y un tirador de cadeneta. Encima de la taza se han desprendido tres azulejos de los blancos que alicatan el baño hasta los tres cuartos de la altura. Al fondo vemos algo que nos intriga porque no sabemos distinguir lo que es. Tomamos los prismáticos. Se ve la parte superior de una lavadora, sobre ella un barreño con ropa a remojo.
Por la puerta vemos una mesa grande y tres respaldos de silla distintos. Más al fondo una cama de una plaza, con una frazada amarilla, azul y roja. A la derecha una estantería con cortina, de la que asoma un chaquetón grande enfundado en un plástico, muy limpio y con botones dorados. De nuevo con los prismáticos, podemos distinguir en la pared del fondo un cartel y dos fotos. El cartel es del malecón de Guayaquil con una iguana en primer plano y un vapor al fondo. La foto primera es una casa típica del campo montubio. La foto segunda, un grupo de graduados en la Universidad, con sus birretes y sus sonrisas. En el rincón más oscuro, un altarcito doméstico con tres cuadros y tres velas apagadas. Hemos investigado y los cuadros han resultado ser: El cuadro de la izquierda estampa de san Martín de Porras, el de la derecha de San Jacinto de Yaguachi, y en el centro, delante de ambos, el de la niña Narcisa de Jesús. San Jacinto tiene pegado con un cello un billete de la lotería.
En la ventana de la izquierda se ve colgado del techo un racimito de plátano macho, en una estantería una cazuela de aluminio de panza renegrida. Sobre una mesa una cocinita de dos fuegos de gas. Detrás de la cocina otra mesa con platos limpios apilados, una jarra y una túrmix, un molinillo de madera para batir el chocolate. Dos recibos descansan sobre sus dos sobres. En una estantería una bola de color chocolate oscuro, una panela de azúcar raspada y un machetillo. Más al fondo un saco de arroz y detrás un pequeño frigorífico.
Chabela ha acabado de fumar y de pensar en su familia, seguramente pasará a ver un ratito la tele, o a oír un pasillo de Julio Jaramillo, en la radio Tropical. Vamos a dejar de mirar con los prismáticos, no vaya a ser que vea los reflejos.
Equipo de Investigación A
NI DE ACÁ, NI DE ALLÁ
Jenny oyó la sirena de la ambulancia acercándose por cuarta vez. Desde su puesto en la recepción del Hospital Gregorio Marañón, se veía la puerta por donde la camilla entraría enseguida hacia la sala de urgencias. El doctor de la unidad móvil, le dio el parte, una mujer había sido atropellada junto a una de las entradas del Retiro. Le llamó la atención el nombre.
– Quizás sea peruana- pensó.
Los camilleros llevaban a una mujer regordeta, de pelo negro y de edad avanzada, y claramente latina. En cuanto le hicieron la primera exploración, el médico recomendó hacer una radiografía.
Jenny se presentó a tomar los datos:
– María Isabel Chamán Quishpe, para servirle.
– Documentación… DNI o Pasaporte
Comprobó la exactitud de los datos.
– ¡Púchica! Una mona. Y no lleva acá sino unos meses- se dijo.
– ¿Cómo es su merced? Y luego, puede llamarme Chabela.
– Yo soy Jenny, peruana, de Ayacucho, como quien dice hermanas. Chabela, usted debe denunciar a quien le atropelló.
– Sabe, Jenny, yo no tengo papeles, no me atrevo a poner una reclamación…
– ¿Cómo se las arregla para vivir en Madrid?
– Una amiga me ha conseguido una peguita. Trabajo como portera en una casa de vecinos y me dan 200 euros y un ático para guarecerme.
– Vera, Chabela, yo le tengo que decir que ahora en los hospitales, los que no tienen tarjeta sanitaria han de pagar los servicios y las medicinas.
– Aún tengo unos dólares para las emergencias.
Del hospital salió Chabela con una pierna enyesada, una muleta y menos plata en el bolsillo. Cuando llegó a casa, unos pocos vecinos le preguntaron por lo sucedido, y le desearon una pronta recuperación. Ella les aseguró que este percance no le supondría ninguna dificultad para cumplir con sus obligaciones. No todo era malo en aquella circunstancia, nunca había sentido tan cercana a la vecindad. Incluso uno de ellos, Toncho, el joven de pelo color de zanahoria, del 3º A, se presentó en el ático con un plato de mejillones.
– ¿Qué clase de conchas negras son estas? ¿Cómo se comen?
– No las conoce ¿en su tierra no se comen los mejillones?
– Y luego, las conchas en mi tierra se comen como cebiche, con limón y cebollita. ¡Qué sabrosas! – dijo relamiéndose. Y luego, las comeré con un poco de arrocito. En mi tierra dicen: con que haiga arroz, mas que no haiga Dios.
Dudó si comerlos, preparó un arroz y bajó un plato a su vecino, así comprobaría si había algo raro. Chabela pensó que no estaba nada mal que un vecino se le hubiera acercado, cuanto más acompañada, mejor se defendería.
La semana pasó rápida. El día de asueto, se acercó al Retiro en un taxi. En la puerta estaba Carmen.
– Cuénteme ¿qué le pasó? – le interrogó Carmen.
– El otro día cuando llegué, crucé la calzada sin mirar. Sólo podía pensar en quedarme o irme de nuevo. Y luego no tuvo mayores consecuencias. No sé que me pasa. Y luego estoy todo el día añorando a mi familia, oyendo pasillos de Julio Jaramillo, acordándome de las comidas… No sé si me voy a enseñar. Y luego la gente es amable, el otro día un vecino me subió mejillones; pero, son tan “especiales”, viven tan distinto a nosotras, tienen tanta prisa…
– Chabela, a mí me paso eso mismo durante los dos primeros años. No me gustaba el desarraigo de los míos, la diferente forma de vivir… Siempre hacía comparaciones. Resultaba tan pesada que me decían: pues si no se integra, vuélvase. Pero luego apareció Eulalia, mi pareja, me enamoré y mi vida cambió. Ahora no me marcharía de esta ciudad por nada del mundo. ¿Se imagina nuestra situación en un suburbio de Guayaquil? Lo que le hace falta es encontrar compañía. Los mejillones dicen que son afrodisíacos. Lo mejor es que se consiga una pareja porque así podrá legalizar antes su situación.
– ¡Zape!, Carmita, que ese Antoñin podría ser mi nieto. Vos sabés porqué huí. Cuando salgo a fumar a la terracita, tengo la impresión que me observan desde un edificio. Llegué a sospechar que el atropello fue hecho a posta…
Se sentaron en un chiringuito y pidieron un plato de paella. Chabela torció el hocico, le parecía que el arroz así puesto resultaba sopudo, y además las conchas negras acompañaban el plato. Carmita le enseñó a degustarlo. Se coge el mejillón y se usa como cuchara. Tenía su gracia. Y su arroz no estaba, aún, completamente pasado.
BAJO DOS TECHOS
Hoy en la reunión de la comunidad los vecinos han armado un guirigay. Chabela puso las sillas y estaba atenta para traer más cuando un vecino llegaba. La cuestión a tratar no era baladí: el arreglo del tejado. Ya sabían que estaba muy mal, porque en el ático A se están cayendo las baldosas del baño de pura humedad. Pero es que la cosa ha pasado a mayores: las humedades han emigrado al salón del 3º B. Su se ha quejado al propietario, éste ha llamado al seguro, y el seguro ha dicho que no se hace cargo porque se trata de un daño estructural, que afecta a un elemento esencial del edificio como es el tejado. La administradora, Luzdivina, está de gira. Algún vecino ha consultado a un abogado. La cosa es seria, porque probablemente el seguro no se hará cargo por la desidia de la comunidad. La hija de Esteban ha propuesto que se haga de una vez la fachada y el tejado y así podrían acogerse a las subvenciones de la Comunidad de Madrid. Entonces han estallado las discusiones. A unos les parecía bien, otros manifestaban su desacuerdo. Alguno se ha cabreado porque qué subvenciones ni qué subvenciones si no son más que unos chorizos. Todos hablaban a la vez. Irene ha manifestado que ella no puede hacer frente a una derrama y que aunque salga lo que salga aprobado, ella no está dispuesta a pagar nada. Al final se ha impuesto la serenidad de Toncho, que ejerce de moderador, en lugar de la administradora. Se ha votado y aprobado la sustitución de la teja y de los materiales que estén dañados.
Tres meses después ha comenzado la obra, por la parte izquierda, los camarotes y el ático donde vive Chabela. Cuando Chabela vio un camión aparcado enfrente de la casa, se dio cuenta de que la cosa iba en serio. Subió al ático dos cartones que había en el contenedor de papel.
Después de comer en un bar Luis, subió al apartamento a hacer su siesta, en la terracita se encontró con las cajas donde Chabela había metido sus pocas pertenencias.
– ¿Qué hace, Chabela?
– Ya ve, D. Luis, empaco porque me han dicho que en dos días van a levantar las maderas y las tejas de mi lado. Y luego, quizás la comunidad me autorice a vivir en el cuartito de la portería del zaguán del portal.
– Pero ahí no tiene servicio… Estoy pensando… No quiero que crea nada raro… No le apetecería pasar a mi departamento. Yo voy a estar ausente unos días.
– Muchas gracias, D. Luis. Y luego, no quiero que se moleste. Hagamos un pacto: Cuando levanten el techo de su parte, Ud. vendrá a guarecerse donde mi persona, si le place. Hoy por ti, mañana por mí.
Luis se fue tres días a hacer unos bolos comprometidos por su conjunto de jazz. Cuando volvió se encontró a Chabela en su ático. Sus cosas estaban casi todas en las cajas. Tan sólo había sacado los útiles de cocinar. También había trasladado el catre y lo había puesto pegadito al sofá.
– Hola, como le ha ido con el traslado.
– Ya ve, D. Luis, me tomé la libertad de poner mi camita aquí en el salón. No sé si le estorbará.
– La verdad es que yo necesito sitio para mis ensayos, porqué no la mete a la alcoba.
– No sé, D. Luis… Y luego Ud. es un hombre casado…
– Bueno, Chabela, si Ud. no confía en mí, todas las noches puede dormir en el sofá o sacar su cama al salón.
– En mi tierra se dice que “no hay que romper la cruz”
– Buena cruz tengo yo con mi familia- rezongó Luis- Me voy al bar a comer.
Al día siguiente, desayunaron juntos, él un café con leche con tostadas y mermelada; ella un café negro, colado y endulzado con panela, y unos patacones de plátano frito. Chabela comprendió que para que la amistad avanzara era necesario romper la frialdad del tratamiento. Para ello trazó su plan. Prepararía comida para los dos.
Mientras el hacía sus ensayos con el saxofón, Chabela, callandito, se puso a trastear en la cocina… Cuando Luis se cansó se asomó a la cocina:
– ¿Qué está preparando?
– Un arroz a la cubana, no le apetece probarlo.
– Yo como siempre el menú del día de uno de los muchos bares que hay por aquí.
– A mí me supone muy poco preparar para dos personas, y luego, quizás mi arrocito no le guste.
– Algo he viajado y no me disgusta la cocina tropical. Pero siguiendo con nuestro pacto, yo contribuiría pagando los gastos…
– Bueno, entonces ¿hoy almorzamos juntos?
– ¿Sólo el almuerzo?
– Nosotros los latinos decimos almorzar a lo que ustedes llaman comer.
Poco a poco Luis y Chabela fueron cambiando su forma de comer. Ella dejó de cocinar con manteca y se pasó al aceite de oliva. El empezó a poner picante en su comida, como ella decía: comidita mala con ají resbala. Ella encontró gusto en la fruta tan sabrosa que él compraba. Él de vez en cuando le obsequiaba un mango, una piña, una papaya, que ella recibía entusiasmada y acababa triste por las añoranzas.
Un día en la sobremesa salió el tema de la música.
– ¿Qué le parece lo que toco?
– Verá, D. Luis…
– Chabela qué le parece si dejamos tanto don y tanto usted y nos hablamos de tú.
– No sé si voy a enseñarme, pero lo intentaré. Y luego, la música de ustedes es muy distinta, muchas veces nos parece como música de iglesia…
– Ay, Chabela, como vas a llamarle música de iglesia al jazz. ¿Qué música te gusta a ti?
– A mi me gustan los pasillo, las cumbias y los albazos. Tú, D. Luis, ¿no los has oído?
– Sin don. ¿Tienes algunos para oírlos?
Chabela sacó sus cintas. Luis las puso en su equipo de sonido y las analizó. Nunca había prestado atención a esa clase de música, a pesar de que la oía cada vez que Chabela ponía la radio. El contrapunto de los pasillos, la variedad de las cumbias y la música pentafónica de los Andes, concluyó.
– ¿Qué pieza te gusta más?
– A mí me embelesa, y luego me pone triste, el pasillo Sombras, sobre todo si lo canta Julio Jaramillo ¿quieres oírlo?
Canta:
Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras,
Cuando tú te hayas ido, con mi dolor a solas…
El cambio al ático A fue un poco más complicado. Hubo que trasladar además de los pocos enseres de Chabela, las muchas pertenencias de Luis. Total que la guarida de Chabela, quedó repleta de cosas, casi no quedaba sitio para nada.
Luis optó por irse unos días con la familia para no ser un estorbo más.
Chabela pensaba: poco a poco hila la vieja el copo.
Cuando volvió Luis la obra tenía todavía para rato.
– ¿Cómo le fue, D. Luis?
– Chabelita, bonita, ya te he dicho que nada de dones ni remilgos. De mi familia mejor ni hablar, no nos llevamos bien. Ven, dame un abrazo.
Se reanudó el pacto: Luis hacía la compra, Chabela preparaba la comida. Ahora Luis no tenía lugar para hacer sus ejercicios musicales, así que ayudaba en la cocina y cuando hacía buen tiempo se trasladaba a su terraza para tocar el saxo. Más de un vecino, de los edificios cercanos, se asomaba con ostensibles muestras de desacuerdo.
Chabela empezó a recordar la sabrosa cocina de su mamita.
– ¿Qué vas a preparar hoy?
– Guatita, o sea mondongo con salsa de maní, y llapingachos.
– ¿No sé si será demasiado para mí? porque no me he desayunado.
– ¡Acaso, la guatita será para desayunar!
– No, Isabelita, quiero decir que no me he enterado.
– Y luego, no es nada que ustedes no conozcan. Al mondongo ustedes le dicen callos, al maní cacahuete y a los llapingachos tortitas de patata.
La cultura gastronómica de Luis sufrió un vuelco con nuevos ingredientes como el plátano macho, la quinua, la soja, el choclo; y con las nuevas preparaciones: locros, cebiches, envueltos, humitas, sancochos… Todo el mundo de la laboriosa cocina del Ecuador.
– Chabela, tú más que portera tenías que ser chef de un restaurant tropical.
– ¡Ay! Luis, acá en Madrid hay algunos muy buenos, y luego, todo el mundo pide papeles para trabajar.
En su cumpleaños, Luis invitó a Chabela a cenar en uno de aquellos restaurantes. Tomaron de entrada un cebiche de langostinos, de primero una fanesca de verduras, y de segundo una cazuela de verde. Para beber Luis pidió una copa de vino rioja reserva y Chabela una colada morada.
Luego se fueron de copas por el centro de la villa. Chabela, poco acostumbrada a tomar, pronto se puso cabezona. Volvieron a casa abrazados, apoyándose mutuamente, o mejor Chabela colgada de Luis. En el portal sacó una sobaquera de coñac. Entonó el grito de la última, y se bebió la mitad; se la ofreció a Chabela a la voz de salud, la misma que pareció que decía algo como: seca y volteada. Se trincó el resto de un trago y le dio la vuelta para comprobar que no quedaba ni una gota.
Cuando llegaron al ático no había luz. Se tropezaron y cayeron en la cama de Luis. Se armó un revoltijo de cuerpos sábanas y ropas. Así durmieron toda la noche medio molestándose, medio abrazados, medio trabados, roncando y susurrando sueños imposibles.
A media mañana se puso a sonar un móvil. Luis no acertaba a encontrarlo en el bolsillo de su pantalón. Chabela metió la mano y sacó el tramánculu ululante, y contorsionándose se lo puso a Luis en la oreja.
– ¿Quién?- dijo con voz ronca apenas audible.
– Zorionak zuri…- cantaron por el auricular.
Chabela, con el sofoco, dejó escapar un suspiro.
– Koldo ¿Norekin zaude? Me ha parecido oir a una mujer.
– No, sí, es la portera que me ha traído una carta.
– Nork idazten dizu gutunik? Me parece un atraso con el correo electrónico. Nunca cambiarás. Desde ayer he estado como loca llamándote ¿Por qué tenías el móvil apagado?
– Porque me fui a celebrar mi cumpleaños a un buen restaurant con una amiga muy querida.
– Tenía que pasar.
Chabela daba a sus oídos el mismo crédito que un banco a un pequeño empresario. El Lucho estaba coladito o ¿habría sido una forma de dar celos a su mujer?
– Luis, aclárame una cosa, ¿estás diciendo que me quieres?
– Un poquito, si no te parece mal.
– Como parecerme mal no me aparece. Y luego, ya soy gallina vieja como para que venga un gallo a querer pisarme. Se me asemeja, Luis, que tienes más hambre que un mono encerrado.
– Oye, Chabela, aunque ya no soy lo que era, porque tengo que ir al servicio a cada rato, todavía puedo sacudirme el polvo.
– Ay que arrechos son ustedes los hombres. Véanlo que ya no le sostienen las piernas y todavía pensando en lo mismo.
Luis se acercó y la besó como un colegial.
– Límpiate las babas, viejito. – dijo Chabela riéndose, y le devolvió un apasionado beso.
Desde aquella vez dormían juntos, entreteniéndose a la medida de sus posibilidades.
Chabela pasó a la segunda parte de su plan: lograr la ayuda de Luis para enfrentar su situación. Le pidió que le acompañara para informarse que papeles le hacían falta para conseguir una tarjeta sanitaria. Luego, Luis se empeñó en llevarla a extranjería para dar los primeros pasos para legalizar su situación. Pero Chabela se resistía.
– Por qué no quieres ir a ponerte en regla, no ves que así eres muy vulnerable.
– ¡Ay!, Luisito, tú sabes muy poco de mi persona. No tengo celular, a pesar de que me muero por hablar con los míos. No recibo cartas. No quiero que nadie sepa adonde me hallo.
– ¿Qué tienes que ocultar? ¿Por qué vives temerosa? Tú eres muy libre y curtida, como para vivir con miedo.
Chabela sacó el pasaporte.
– Es falso. Mi nombre es Adela Martínez Franco.
– No fastidies, Chabela,… Adela.
– No soy de Guayaquil, sino de Balzapamba en Bolívar.
– O sea que, por lo de Martínez eres descendiente de alguno de los conquistadores celtíberos. ¿Y lo de Franco? ¿Algún gallego?
– Casi con toda seguridad es de un esclavo negro, al que se acostumbraba a poner el apelativo del negrero que lo vendía. Yo he conocido a un Francisco Franco más negro que el carbón.
– Pero tú pareces andina.
– También correrá por mis venas la sangre indígena.
– Eres la re-hostia, La síntesis del mestizaje americano.
– ¡Malhablado! Y luego, no te he entendido lo demás.
Luis se fue unos días a tocar y reflexionar. Chabela dudaba si las confidencias no la habrían traicionado. Se consolaba cantando:
Y en la penumbra vaga, de la pequeña alcoba,
Donde una tibia tarde, me acariciaste toda;
Te buscarán mis brazos, te buscará mi boca,
Y aspiraré en el aire, como un olor a rosas
Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras.
EL SAPO
A los quince días volvió Luis. A media tarde se encontraron en el portal.
– Tenemos que hablar, no puedo esperar más sin aclarar cuál es tu situación.
– Como quiera, D. Luis, pero espere que tengo que terminar de repartir la correspondencia y los anuncios de los buzones. Cuando suba le aviso. Podríamos merendar juntos.
Se sentaron a la mesa, en el apartamento de Luis. La conversación se encendió:
– Ya sabes que no soy un crío pero tengo que saber en qué situación estás porque no vivo de pensar: si sigo contigo y me divorcio, o me aguanto y soporto a mi mujer. Tengo que saber en que situación me pongo si me comprometo contigo.
– Tendré que relatarte, pero es largo, te ruego que no me interrumpas. Si lo haces no oirás más palabras de mi boca.
– De acuerdo, estoy impaciente.
Adela empezó con palabra pausada:
Mi familia es natural del pueblo de Balzapamba, en la provincia de Bolívar. Allí llegaron mis antepasados de la zona San José de Chimbo, de la parte alta de la misma provincia. Con el trabajo de toda la familia conseguimos una finca de 30 cuadras y levantamos una casa de madera, tejado de calamina y, como se acostumbra en el trópico, sobre unos puntales elevados para estar a salvo de los aguaceros y de las serpientes. Y luego tenemos un cacaotal, algo de café, palmas para extraer el cogollo, que dicen palmito; unos árboles de cascarilla, de los que se extrae la quina; unas cabezas de ganado, chanchos, pavos, gallinas normales y guineas; y luego árboles de naranja de jugo, aguacates y guanábanas. Aparte, para el consumo de la casa, limones, limas, toronjas, papayas, mangos, guayabas y unas cuantas matas de plátano y de guineo. Una cuadra de maíz para los animalitos, porque en la Costa no se da el choclo.
Desde nuestra casa se oye bramar al río Cristal, es un río bien bravo, porque tiene una cuesta continua, de manera que nunca falta abundante agua. No hay puentes y hay que conocer bien los vados para atravesarlo. En invierno cuando es la temporada de aguaceros la corriente es muy fuerte el río truena porque lleva, en la masa de agua parda, impresionantes bloques de roca que entrechocan con estruendo. Entonces no se puede atravesar ni a caballo, hay muchos que han dejado así la vida. Entre nuestra casa y el río va la Vía Flores, la primera carretera que se hizo en Ecuador entre la costa y la sierra. Hasta hace treinta años era una carretera muy difícil, un chaquiñán, decía la gente. Ahora está asfaltada, aunque no le faltan baches.
Yo soy la menor de seis hermanos, todos varones si no soy yo. Mis hermanos, uno a uno fueron saliendo de la casa a trabajar y se han quedado en ciudades más grandes, y allí se han hecho de mujeres, y algunos tienen familia y otros van de flor en flor como picaflores.
Yo tuve la desgracia de enamorarme a los quince años, y luego cuando el muchacho se dio cuenta de que estaba esperando, voló; me quedé en casa confusa, y por consejo de mi madre busqué un hombre que me mantuviera y me fui a vivir con él, pero él emigró a los Estados Unidos. Y luego cuando me vi con tres hijas y sin beneficio me volví a la casa de mi padre y trabajé con él. Y luego murieron mis padres y me dejaron huérfana; tuve que hacer yo de padre y madre de mis hijas. La mayor salió estudiosa y yo tuve el gran acierto de darle estudios y luego la envié a vivir con mi hermano Andrés en Guayaquil, al que llamamos el sapo, porque es rico, y con lo que yo enviaba y lo que me ayudó el sapo, pudo estudiar en la Universidad Estatal, hasta hacerse doctora. La segunda no tenía cabeza para las letras y luego aprendió las cosas de casa y se casó con uno de los comerciantes de Balzapamba. Me quedó la pequeña y yo echaba a faltar un hombre en la casa, por lo que me hice de un chapa amigo y luego, para mi desgracia, formamos como una familia de tres: El vecino chapa amigo, que lo debiera llamar enemigo traidor, mi hija y yo.
Yo vivía tranquila, la verdad es que no quería al chapa, porque me hice de él más por compasión de no verle solo. Y luego, un día mi niña estaba llorando, que mi hombre le asediaba y le había amenazado que si me contaba algo la mataría. Y luego, llegó un día completamente jumo a llevarse a mi hija, yo estaba trabajando en la poda del cacao. Y luego oí un disparo y me encuentro a mi hija herida y al mal hombre con la pistola en la mano y yo con el machete de podar en la mía, y luego, le caí por detrás y lo piqué como a calabazo.
Y luego de esto me di cuenta de que la tenía negra, porque no es lo mismo matar a un paisano que a un policía, me caería todo el cuerpo de agentes encima. Agarré a mi hija y paré al primer bus que se acercó por la vía Flores, y luego en Guayaquil llegué donde mi hermano. Los antiguos cuando tenían sobre sí un muerto huían a las montañas de Manabí, pero los tiempos han cambiado y el brazo de la ley llega ahora hasta los últimos rincones del país. El hermano me consiguió un pasaporte falso; no quise averiguar qué clase de amigos tenía, y luego me compró la finca y luego me vine para Madrid. Carmita, que es conocida del sapo, me consiguió esta chocita. Y luego ya lo conoce D. Luis.
– Algo se podrá hacer. Lo primero sacudirse el miedo ¿No tendrás el número del móvil de tu hermano, el rico?, preguntó Luis.
– No, y no quiero llamarle porque capaz que localizan dónde me encuentro.
– ¿No podría preguntar Carmita a Andrés qué ha pasado, si estás en búsqueda y captura?
– No es mala idea.
Golpean en la puerta de Chabela: Adela Martínez Franco, abra por favor. Sale Adela de la casa de Luis y se dirige a su ático, temblándole las canillas.
– Nuestra agencia de paquetería tiene la misión de entregarle personalmente este envío. Dice con toda solemnidad el encargado del reparto.
En el paquete unos discos de Julio Jaramillo, una medalla de San Jacinto, unas ayuyas, un billete de ida al Ecuador para dos personas y una carta. En el remite un escueto: Tu hermano el sapo.
La carta decía entre otras cosas:
Al recibo de la presente espero te encuentres bien, yo bien, a Dios gracias.
Por Carmen sé que vives tranquila. Una agencia de detectives me ha mantenido informado de que estás bien e incluso de que tienes una amistad muy estrecha con un músico amigo. Aquí ha finalizado el juicio que seguimos contra el malvado de tu chapa compañero. Quedó malherido por tu machete. Le pusimos una denuncia y le llevamos a los tribunales. Fue expulsado de la policía por atacar a una civil con su arma reglamentaria, y le han condenado a una pena de seis años de cárcel…
– ¿Qué te parece, Luis, unas vacaciones para conocer Ecuador?
– Estupendo, pero a condición de que volvamos juntos y con pasaporte verdadero.
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